jueves, 3 de diciembre de 2015

¿A quién le hablas en sueños?

Mamba Negra no daba sensación de oscuridad a no ser que le arrebatasen lo que es suyo y de nadie más. En realidad era -por lo general- una muchacha luminosa y servicial. Quienquiera que llegase a su alma se sorprendía de encontrarse con algo tan acogedor. En efecto, cuerpo de duna,  pelo de mejicana y mirada cordobesa no suelen anunciar de primeras la profunda afición que esta tierna Mamba tenía por la gente, las películas y una manta en invierno.
Era ciertamente selectiva, ¿o tal vez natural? Entiéndase auténtica. A quien le aburría desechaba y a quien la divertía adoraba. No tenía problemas ni con poner malas caras ni con mostrar admiración. Es por eso que quienes la conocían en todos sus aspectos, y no solo en sus hechizos, deseaban que su pequeña topase con gente tan graciosa como verdadera.
Esa era la Mamba, como se ha dicho, general.
Pero se ha dicho también que a veces hacía honor a su nombre.
Una vez en que intentaron arrebatarle lo que era suyo y de nadie más se le cruzaron los cables y sus dos caras se confundieron en un palpitar eléctrico que la llevó a encerrarse en su cuarto una noche de octubre propicia para callejear. Sonó un portazo y quienes la querían creyeron firmemente que iban a presenciar algo cercano a una transformación licántropa.
Resultó ocurrir algo más sencillo: se lió un cigarro y se lo fumó con la ventana abierta. Mirando al patio de luces pensó:
"Me gusta esta noche. Me gusta el patio de luces como segundo plano de mi humo y esa luna gatuna y esos niños disfrazados que se oyen a lo lejos... Oh, Freddy...he aquí lo que es mío y de nadie más..."

Se sorprendió entonces en un campo de maíz. A lo lejos algo parecido a una caseta de mantenimiento de granja se levantaba rojo entre las cañas que le llegaban a la cintura. Mamba avanzaba hacia ella abriéndose paso entre la soleada plantación. ¿Se oían chicharras? No le gustan a la Mamba los insectos, aunque sí las serpientes y las hojas del maíz rozándole la cintura ¿o era su pelo mejicano? Las serpientes que se imaginaba nunca le mordían. Cuando llegó a la caseta golpeó a la puerta porque tenía mucha sed.
-¿Hay alguien ahí?Necesito algo de beber.
Nada.
Aporreó con más fuerza y sin querer abrió la puertecilla. Su propio peso la hizo desequilibrarse y casi se araña la cara con un rastrillo largo y puntiagudo que se levantaba a medio metro de la puerta. Mamba se asustó: la estancia parecía relativamente grande (no entendía mucho de casetas de mantenimiento) y tal vez demasiado polvorienta para estar en uso. Daba la sensación de que había fantasmas, pero no. Entonces se oyó un estruendo de madera golpeada que venía de la puerta y la Mamba se giró asustada para comprobar que en el abrir y cerrar de la puerta se perfilaba una silueta de hombre que se caracterizaba por unas descomunales manos. Mamba intentó huir pero solo se podía salir por la puerta. El hombre estaba paralizado y ella se escurría entre los trastos de jardinería lo mejor que su cuerpo de duna le permitía.
-No te escondas, mi Mamba...
-¿Nos conocemos?
-¿Tienes sed? Déjame que te ofrezca una limonada, por favor.
-Muéstrate a la luz.
-No hay luz aquí, mi negra. Sal fuera; hay un pequeño balancín detrás de la caseta. Ahí te espero con la limonada y podrás verme a la luz.
Dicho esto, el señor salió y Mamba se concedió un par de minutos para tranquilizarse. Tenía dos opciones: huir campo a través o aceptar ese refresco. Y entre que los campos de maíz son infinitos y desconocidos y que a esta jovencita le gusta el peligro, le echó coraje y buscó el balancín.  Ahí estaba el jardinero, apoyado en la pared de espaldas. Llevaba un jersey a rayas rojas y verdes, unas botas manchadas de barro y un sombrero de paja deshilachado. Mascaba una rama de trigo con la cabeza reclinada hacia delante y se cogía las manos tras la espalda.
-Hola negra.
-Hola.
-Ahí tienes tu limonada- dijo levantando la cabeza.
-Gracias.
La chica se la bebió de un trago y se tranquilizó bastante con la presencia del desconocido.
-Eres una buena chica, no te agobies.
-Lo intento.
-La noche sobre los campos de maíz es mágica, ¿sabes? Sobre todo si encuentras una charca con ranas. Las ranas croan de una forma repugnante que se endulza con las luciérnagas.
-Me gustan las noches.
-A mí también.
-¿Qué haces por las noches?
-Converso.
-¿Con quien?
-Con quien me deja entrar en sus sueños.
-Eres un tipo agradable, seguro que muchos te dejan.
-No, hay quien sabe cuando pararme.
-¿Debería pararte yo?
-No, mi Mamba, tú me conoces y sé que te hago gracia.
-Sí... no entiendo por qué no deberíamos conversar.
-¿Te acuerdas ya de mi?
-Freddy Krueger, amigo y vecino.
Freddy soltó algo entre una risa y tos.
-¿Sabes? Que a mí me acojan en sueños es como que me acojan en casa. De hecho, nunca me podrán acoger en casas (ya sabes como soy) pero sí en sus sueños. Eres particularmente acogedora, Mamba.
-Eso dicen. Pero a veces no lo entienden y me arrebatan lo que es mío.
-Yo no hago eso, ¿verdad que no, mi negra?
-Claro que no, Freddy. Siempre nos hemos entendido.
-Pero no soy eterno.
-Ya... eres de noche y muy esporádico. ¿Por qué vienes tan poco a visitarme?
-Solo puedo venir cuando te arrebatan lo que es tuyo.
-Porque tú me lo devuelves.
-Soy tu soledad, mi Mamba.
-Gracias, Freddy. Necesitaba estar sola.
-Lo sé. ¿Estás más tranquila?
-Sí, claro. Tengo muchos amigos de día, ¿sabes, Freddy?
-Son todos unos capullos, pero sé que te hacen gracia y es lo que más me gusta: que te rías.
-Sí... sé combinar bien.
-Dame un abrazo, que está saliendo la luna y se va a hacer de día en tu patio de luces.
Los abrazos de Freddy son como el punto final del alivio para Mamba.
-¡Freddy, Freddy!¡Me haces cosquillas!- se reía ella- ¡Me haces cosquillas, Freddy!

Se despertó con luz de noviembre y la ventana abierta. Sorprendió un poco de arena de duna y sangre entre las sábanas y se sonrío. Cicatrizaría pronto la suave forma de serpiente enredada a un rastrillo que Freddy le había arañado en la espalda.