sábado, 8 de octubre de 2016

“Jamás en toda la vida olvidaré tu presencia. Me acogiste destrozada y me devolviste íntegra, entera”. Frida Kahlo



jueves, 3 de diciembre de 2015

¿A quién le hablas en sueños?

Mamba Negra no daba sensación de oscuridad a no ser que le arrebatasen lo que es suyo y de nadie más. En realidad era -por lo general- una muchacha luminosa y servicial. Quienquiera que llegase a su alma se sorprendía de encontrarse con algo tan acogedor. En efecto, cuerpo de duna,  pelo de mejicana y mirada cordobesa no suelen anunciar de primeras la profunda afición que esta tierna Mamba tenía por la gente, las películas y una manta en invierno.
Era ciertamente selectiva, ¿o tal vez natural? Entiéndase auténtica. A quien le aburría desechaba y a quien la divertía adoraba. No tenía problemas ni con poner malas caras ni con mostrar admiración. Es por eso que quienes la conocían en todos sus aspectos, y no solo en sus hechizos, deseaban que su pequeña topase con gente tan graciosa como verdadera.
Esa era la Mamba, como se ha dicho, general.
Pero se ha dicho también que a veces hacía honor a su nombre.
Una vez en que intentaron arrebatarle lo que era suyo y de nadie más se le cruzaron los cables y sus dos caras se confundieron en un palpitar eléctrico que la llevó a encerrarse en su cuarto una noche de octubre propicia para callejear. Sonó un portazo y quienes la querían creyeron firmemente que iban a presenciar algo cercano a una transformación licántropa.
Resultó ocurrir algo más sencillo: se lió un cigarro y se lo fumó con la ventana abierta. Mirando al patio de luces pensó:
"Me gusta esta noche. Me gusta el patio de luces como segundo plano de mi humo y esa luna gatuna y esos niños disfrazados que se oyen a lo lejos... Oh, Freddy...he aquí lo que es mío y de nadie más..."

Se sorprendió entonces en un campo de maíz. A lo lejos algo parecido a una caseta de mantenimiento de granja se levantaba rojo entre las cañas que le llegaban a la cintura. Mamba avanzaba hacia ella abriéndose paso entre la soleada plantación. ¿Se oían chicharras? No le gustan a la Mamba los insectos, aunque sí las serpientes y las hojas del maíz rozándole la cintura ¿o era su pelo mejicano? Las serpientes que se imaginaba nunca le mordían. Cuando llegó a la caseta golpeó a la puerta porque tenía mucha sed.
-¿Hay alguien ahí?Necesito algo de beber.
Nada.
Aporreó con más fuerza y sin querer abrió la puertecilla. Su propio peso la hizo desequilibrarse y casi se araña la cara con un rastrillo largo y puntiagudo que se levantaba a medio metro de la puerta. Mamba se asustó: la estancia parecía relativamente grande (no entendía mucho de casetas de mantenimiento) y tal vez demasiado polvorienta para estar en uso. Daba la sensación de que había fantasmas, pero no. Entonces se oyó un estruendo de madera golpeada que venía de la puerta y la Mamba se giró asustada para comprobar que en el abrir y cerrar de la puerta se perfilaba una silueta de hombre que se caracterizaba por unas descomunales manos. Mamba intentó huir pero solo se podía salir por la puerta. El hombre estaba paralizado y ella se escurría entre los trastos de jardinería lo mejor que su cuerpo de duna le permitía.
-No te escondas, mi Mamba...
-¿Nos conocemos?
-¿Tienes sed? Déjame que te ofrezca una limonada, por favor.
-Muéstrate a la luz.
-No hay luz aquí, mi negra. Sal fuera; hay un pequeño balancín detrás de la caseta. Ahí te espero con la limonada y podrás verme a la luz.
Dicho esto, el señor salió y Mamba se concedió un par de minutos para tranquilizarse. Tenía dos opciones: huir campo a través o aceptar ese refresco. Y entre que los campos de maíz son infinitos y desconocidos y que a esta jovencita le gusta el peligro, le echó coraje y buscó el balancín.  Ahí estaba el jardinero, apoyado en la pared de espaldas. Llevaba un jersey a rayas rojas y verdes, unas botas manchadas de barro y un sombrero de paja deshilachado. Mascaba una rama de trigo con la cabeza reclinada hacia delante y se cogía las manos tras la espalda.
-Hola negra.
-Hola.
-Ahí tienes tu limonada- dijo levantando la cabeza.
-Gracias.
La chica se la bebió de un trago y se tranquilizó bastante con la presencia del desconocido.
-Eres una buena chica, no te agobies.
-Lo intento.
-La noche sobre los campos de maíz es mágica, ¿sabes? Sobre todo si encuentras una charca con ranas. Las ranas croan de una forma repugnante que se endulza con las luciérnagas.
-Me gustan las noches.
-A mí también.
-¿Qué haces por las noches?
-Converso.
-¿Con quien?
-Con quien me deja entrar en sus sueños.
-Eres un tipo agradable, seguro que muchos te dejan.
-No, hay quien sabe cuando pararme.
-¿Debería pararte yo?
-No, mi Mamba, tú me conoces y sé que te hago gracia.
-Sí... no entiendo por qué no deberíamos conversar.
-¿Te acuerdas ya de mi?
-Freddy Krueger, amigo y vecino.
Freddy soltó algo entre una risa y tos.
-¿Sabes? Que a mí me acojan en sueños es como que me acojan en casa. De hecho, nunca me podrán acoger en casas (ya sabes como soy) pero sí en sus sueños. Eres particularmente acogedora, Mamba.
-Eso dicen. Pero a veces no lo entienden y me arrebatan lo que es mío.
-Yo no hago eso, ¿verdad que no, mi negra?
-Claro que no, Freddy. Siempre nos hemos entendido.
-Pero no soy eterno.
-Ya... eres de noche y muy esporádico. ¿Por qué vienes tan poco a visitarme?
-Solo puedo venir cuando te arrebatan lo que es tuyo.
-Porque tú me lo devuelves.
-Soy tu soledad, mi Mamba.
-Gracias, Freddy. Necesitaba estar sola.
-Lo sé. ¿Estás más tranquila?
-Sí, claro. Tengo muchos amigos de día, ¿sabes, Freddy?
-Son todos unos capullos, pero sé que te hacen gracia y es lo que más me gusta: que te rías.
-Sí... sé combinar bien.
-Dame un abrazo, que está saliendo la luna y se va a hacer de día en tu patio de luces.
Los abrazos de Freddy son como el punto final del alivio para Mamba.
-¡Freddy, Freddy!¡Me haces cosquillas!- se reía ella- ¡Me haces cosquillas, Freddy!

Se despertó con luz de noviembre y la ventana abierta. Sorprendió un poco de arena de duna y sangre entre las sábanas y se sonrío. Cicatrizaría pronto la suave forma de serpiente enredada a un rastrillo que Freddy le había arañado en la espalda.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Reclamos del Mundo de Afuera a los vacíos y frustraciones.

Dos estudiantes de Derecho se sentaron en el banco más tímido de la Universidad. Daba el sol y se dejaron el cuerpo muerto un rato, descansando sin más. En realidad estaban ahí esperando que pasara algún pintas de Hispánicas que les dijera un par de tonterías de esas que parece que llenan un poco los vacíos que las amargas convenciones habían dejado en ellas. Pero el banco era tímido y propicio para la conversación entre amigas.
-Es una pena todo lo que está pasando ahí afuera.
-Y el riesgo que nosotros corremos.
-Claro, pero no hay que tener miedo.
-¡Si no, no viviríamos!
-Total, nosotros, los de abajo, no podemos hacer nada, ¿para qué vamos a preocuparnos?
-Sí, dicen que si un problema no tiene solución para qué preocuparse.
-Y si la tiene lo mismo. Osea que es mejor no rayarse.
(Risas vacías y un silencio provocado por el vacío, esto es, feísimo)
-¿Tú crees que está mal todo esto del minuto de silencio por Francia si no lo hacemos por Siria o El Líbano?
-Yo creo que el mundo se ha vuelto loco.
-No, tía, en serio, piénsalo.
-Pues sinceramente lo de Francia nos afecta más. Lo que pase allí está fuera de nuestro alcance.
-Pero está pasando.
-Y da mucha pena.
-¿Solo eso?
-Es muy triste.
-No tanto como para poner banderas del Líbano por todos lados y sacarlo continuamente en las noticias.
-No vamos a estar todo el rato hablando de eso. Además, ¿no te parece muy fuerte lo de Francia?
-Joder, claro que sí.
-Es casi como si lo hubieran hecho aquí.
Silencio.
-Tía, si es verdad que no hay nada que hacer, pero es como si doliera.
- ¿Qué te duele?
-Lo que está pasando ahí fuera. Está pasando, en nuestro tiempo. No son historias de tribus de países subdesarrollados, que también serán horribles, sino que nuestro mundo está metido de lleno. Estamos participando en guerras, a estas alturas.
-Sí… pero a ti eso no tiene que afectarte tanto, hija, si no, no vives, es lo que estábamos hablando. Tú piensa que culpa tuya no es.
Vacío.
-Me duele mi frialdad, eso es lo que me duele.
Silencio.
-Me jode que lo único que pueda sentir ante tanta desgracia sea el miedo a que pase algo aquí, (en mi ciudad, en este banco concretamente) y una ligera pena por los inocentes (casi como si me contases un cuento de mentira). Me carga mucho estar tan bloqueada que sienta que no hay nada que hacer, que es normal que se mate a inocentes por religión o por dinero. Joder, eso sí es culpa nuestra: la normalización. Ya sé que no se puede hacer nada pero es que tampoco me importa. No me importa tanto como debería importarme. Ni a mí ni a nadie.
-Sí que importa, ¿cómo puedes decir eso, tía?
-Déjate el móvil por lo menos.
-Lo siento.                 
Esta chica estaba con el móvil sin hacer nada, solo por tener una excusa, algo en lo que refugiarse. Es lo que hacemos cuando las conversaciones empiezan a amenazar con descubrir un vacío interno que nos avergüenza.
-Te jode no estar eufórica de tener tanta puta suerte de estar sentada en un banco sin escuchar metralletas, con este solecito, sin olor a muertos, con tu madre viva esperándote en tu casa.
-Exacto.
-Es el momento de volver a encontrarle sentido a todo.
- Entonces sí hay algo que podemos hacer.

-Sí: todo lo que ellos no. Es básico, y se nos olvida.

jueves, 12 de noviembre de 2015

El cementerio en noviembre

Crisantemo empezó a intuir el porqué de su nombre en el cementerio. Eustaquio y Pequeño iban a ir a quitar las flores de su padre (porque ya había pasado un tiempo desde el día de todos los santos) y dijo ella: me voy con vosotros. Al principio no le apetecía porque estaba leyendo Cinco horas con Mario pero el propio libro acabó por convencerla.
Eustaquio arrancó el plástico del paquete de tabaco con los dientes (porque es así de desesperado) y se enchufó un cigarrillo, probablemente porque le daban ganas de llorar los muertos. O por que le apetecía, no todo es tan explicable y literario. El caso es que le entró huevo igual cuando vio a Crisantemo besarse las yemas de los dedos y dejarlas reposar en la cara de don Dandi (así se llamaba el Muerto).
Había bastante familia alrededor de él. Un matrimonio de ancianos adorables que una vez poseyeron una bodega (anteriormente habían pasado hambre) conservaba decentemente un clavel que Crisantemo pidió conservar. Le dijo Pequeño: lávalo en la fuente, que olerá a muerto. Y eso hizo, aunque fue una estupidez porque hay en el cementerio una especie de batalla o relación sexual entre el olor a muerto y a flores que acaba por dejarlo todo en una armonía difícil de desintonizar con una estúpida fuente.
Crisantemo pensó que no se estaba tan mal ahí. “Cuando me muera quiero salir bien en la foto, eso sí. Preferiblemente con trenzas y de perfil, que se muestre mi lado más refinado. Y que me traiga flores alguna señora de campo, preferiblemente hierbajos de la estepa Mediterránea o claveles levantinos.”
El guardián del cementerio es un gato negro que se tumba obscenamente a dar mal rollo. Es muy divertido cómo la maraña de transeúntes que por esos lares circula deja una especie de óvalo de respeto alrededor suyo que hace que el felino se crezca. A veces, imperioso, se pasea a experimentar con el óvalo o bien a amar a aquellos que ven más allá de la imagen que se está retratando.
Al gato le pareció interesante que Crisantemo escogiese un clavel. Probablemente pensara: los claveles son una flor que queda muy bien en el Levante español, porque la mirada que compartió con la chica fue de extrema complicidad.
Don Dandi se sonrió un poco, seguro, porque fue gracioso cómo sus dos hijos bromeaban sobre dónde iban a ser enterrados:
-Tenemos reservada la 58.
-¿Me lo estás diciendo de verdad?
            -Que va, a mí que me incineren.
            -¿Te imaginas que nos entierran aquí?
            -Tendremos wi fi seguro. Nos traemos la Tablet y todas esas cosillas de Apple Store, ¿no?
            -Pues tú veras.
Se rieron.
            -Joder, qué cerca está la muerte.
Crisantemo pensó que, en realidad, la muerte y la vida son polos opuestos. Eso quiere decir que acaban siendo lo mismo. ¿Qué pasa cuando pones una cordonera en forma de círculo (porque está clarísimo que todo es un círculo)? Que se juntan los extremos y hay ahí una gran verdad. Por eso el cementerio exhala ese aliento a verdad y a mal rollo (porque la verdad asusta). Por eso las flores huelen a muerto y los muertos están en silencio. Por eso el gato hace lo que le da la gana y solo las viudas que han sido pobres acuden diariamente. Es recomendable conversar con la vida del cementerio. 

Jugar a los extremos con arte

Hay en la cabeza del Loco una imagen congelada de algo parecido a la M-30 en hora punta. El Loco se divierte de la siguiente forma: detiene todo lo que hay a su alrededor, se concentra en la foto y juega a las velocidades. Es fácil porque solo hay dos: “cámara lenta” y “ultravelocidad”. Y quien dice “velocidades” dice “organizar la vida”. 
Efectivamente, el resto de decisiones del Loco sobre qué va a hacer se basan en la elección de una u otra velocidad. Así se explica que al Loco le guste leer y patinar, fumar y escalar, la música y los bares, besar lento y correr con el coche.
Pero el jueguecito extremo le ha costado al Loco un tobillo cojo, una muñeca intervenida de quirófano y hasta un par de amores tortuosos de más.
El Loco es, pese a todo, un tipo sencillo. Con respecto a la conversación, por ejemplo, es cierto que habitualmente se le ha considerado poco hablador y solitario pero no es siempre así. Un día un mendigo le echó un piropo por la calle. Le dijo: “¡qué guapo eres!” y al Loco le llamó la atención. Otro día en que tenía tiempo- el Loco tiene la virtud de no utilizar auriculares por la calle- se sentó a hablar con él y con quienes allí estaban. De vicios hablaron. También tiene labia con gitanos y a veces con la policía. Aunque, es cierto, con quien más conversa es consigo mismo:

-Es la vida un continuo fluir de energías inevitables que juegan a balancearse. Divinamente inevitables. Nuestro papel es equilibrarlas, como si fuesen el caos y el cosmos (tal vez lo sean) y la felicidad o el Santo Grial, es eso: equilibrarlas con arte. Con arte… Tal vez por eso me divierta jugar a los extremos. Tal vez deba de cambiar la tontería de las velocidades por esta gran verdad de la vida. 

Excusas de verdad

Pretty y Silbidito conversaron el otro día en pijama con la comodidad de dos hermanas. Silbidito estaba vertiendo lejía en el lavabo del aseo, levantó la cabeza y sorprendió a Pretty a punto de inquirir.
-Tú no tienes carnet de conducir- dijo por fin. 
Hay que tener entender un matiz de la personalidad de Pretty. Es una persona muy curiosa y con cierta tendencia a organizarse la cabeza conversando con los demás. Detrás de cada afirmación de Pretty se esconde una pregunta o confesión que sacará antes o después. Esto quiere decir que no hay que extrañarse de sus repentinas afirmaciones: solo está calentando el terreno para preguntar o confesar un pesar.
Respondió Silbidito: efectivamente.
-Porque no te hace falta.
-Porque no tengo dinero.
-Claro, y a mí tampoco me hace falta.
-Claro.
-Hay gente a la que sí: por ejemplo, quien tiene que desplazarse para trabajar o para estudiar. Pero hay quien también lo tiene y no le hace falta.
-¿Cómo sabes que no les hace falta?
-Porque están en la misma situación que nosotras.
-Ya.
-Esas personas se pueden ir de excursión.
-Y tú también puedes, en autobús o en tren.
-Claro que sí. Yo no me saco el carnet porque no me hace falta.
Silbidito no respondió.
-No me hace falta, ¿a que no? ¿a que no me lo saco por eso?
-No, Pretty, ese no es el motivo.
Pretty soltó una risilla nerviosa.
-Hay ciertas cosas que no son compatibles con otras.
-Ya.
Pretty no dijo nada durante un rato.
-Y no pasa absolutamente nada, ¿sabes?, yo, por ejemplo, con lo despistada que soy tampoco debería. Y no tengo dinero, ¿me ves lamentarme?- dijo Silbidito.
-Claro que no- respondió enérgica.
-No pasa nada por eso, no es un problema.
-¿No?
-No. ¿Lo has hablado con la psicóloga?
-Dice que no me hace falta sacarme el carnet.
-Pues nada.
Se miraron durante un rato.
-¡Te vas a manchar de lejía!- exclamó Pretty.
-¡Joder!- se estaba derramando el bote. Pretty soltó una carcajada ante la reacción de Silbidito.
-Controla esa boca, maleducada.
-Lo siento, soy una despistada.
-Menos mal que estoy yo, ¿eh?
-Total. No sabes lo que me haces falta.
-Ya, yo también ayudo.
-Te estoy diciendo que sí.
-La lejía.
Mientras Silbidito enjuagaba la lejía derramada, Pretty dio un par de vueltas por el baño como si no pudiera estarse quieta de emoción o como si estuviese procesando algo. Cuando ambas terminaron con sus labores suspiraron y:
-Bueno, qué, ¿nos vamos de excursión?
-¡¿A las cuevas de Calasparra?!- exclamó Pretty con expresión de personaje Disney sorprendido.
-Por ejemplo.
-¡Lo tenemos que organizar!
-¿Te encargas tú de la burocracia?
-Obvio.
-Al pelo. Yo busco un buen bus.

domingo, 8 de noviembre de 2015

Conversar con una desconocida

Crisantemo se había puesto rockera y, por una vez, salió sin auriculares.  En la boca del paso de cebra se debatía entre cruzar en rojo o disfrutar de que, por una vez, había salido sin auriculares porque tenía tiempo. En fin, pasan muchos coches por la Plaza Circular.
Entonces, la silueta que también estaba esperando cruzar hizo algo gracioso: dar un paso en falso. Ya, no es tan gracioso así: pero ¿y si te digo que era una señora de unos 65 inviernos (seguro que nació un invierno), muy bajita, vestida de gris y con sandalias y calcetines en pleno noviembre? Fue así como se conocieron Crisantemo y María Encarna, con esta frase: Soy una precipitada: con los semáforos, con los hombres…

-¡Con los hombres!- respondió Crisantemo.
-Bueno, no en el mal sentido. No sé, que quien es precipitado lo es con todo en la vida, ¿sabes?
-Total. Yo ahora tengo tiempo, pero siempre hacía lo que usted.
- Sí, pero por aquí pasan muchos coches. Es tontería. Oye, qué anillo tan bonito.
-Gracias, me lo regaló mi abuela.
-Me gustan las cosas sencillas: mejor de plata que de oro, por cierto.
- A mí también, y le tengo cariño.
-Sí, qué bonita… yo ahora como ya no me arreglo… es que estoy con depresión.

Se puso el semáforo en verde. Crisantemo señaló la carretera e invitó a su compañera a cruzar como un educado -que abre la puerta de un bar. ¿A dónde iría María Encarna? Por el momento había una plaza considerablemente grande que era necesario cruzar fuese a donde fuese. Así que por qué no: ¿y por qué está usted en depresión?
-         - Unas ansiedades me entran…Pues muchas cosas de la vida. Lo primero que mi hermano se murió. Me decía: qué pena que no voy a poder cuidaros yo…. Porque era médico, ¿sabes?, pero fumaba mucho. Quiero decir, hay gente a la que no le pasa nada por fumar pero sí que fue eso. Fue eso…
-        - Lo siento.
-         -Fue hace años. Es que hacía tiempo que no se me moría nadie y se me clavó en el alma. Mi padre murió cuando yo era muy pequeña y no me acordaba de lo que era la muerte. Que no iba a poder cuidarnos decía… Luego, estoy divorciada.
-         - Lo siento.
-          -Sí… es que nos casamos ya mayores, cuando se casa uno por casarse, ¿sabes?, y no pueden casarse dos personas opuestas.
-          -Tenemos una concepción demasiado fantástica del matrimonio. Es un proyecto de vida, tienes que ser realista.
-          -Sí. Nos criamos en ambientes muy distintos y en realidad no era mal hombre pero, ya sabes, la sociedad es machista.
-          -Está usted derivando, ¿eh?
-          -Es verdad. Luego se juntan los amigos y empiezan: “mi mujer no cocina bien…” ¡Encima que no le hacía morcillas! ¡Menos colesterol! Y a mi esas cosas me cansan. Puro cansancio chica. Yo también estudié. Gracias por escucharme.
-          -Nada, me encanta hablar.
-          -Y siempre estuvo en paro. Mi hija ahora también lo está, por cierto. Y ¿ves? Me entra ansiedad si la llamo y no me lo coge. Y yo pienso: estará ocupada, yo a veces también estoy ocupada y no tendría que agobiarse si no se lo cogiese pero me he criado en el miedo.
-          -Es cierto, su generación tiene un problema muy grande. Tiene usted que estar por encima de esos miedos ¿eh?
-          -Para ti es fácil pero, mira, te voy a contar una cosa. Nosotras, en el colegio, teníamos un acontecimiento todas las semanas que era la revisión de uñas. Si llevabas UNA uña larga te daban un varazo en los dedos.
-          -Qué macabras.
-          -Todo era castigo y temor.
-          -Qué estúpido.
-          -Sí… y yo soy creyente ¿eh?
-          -Quiere decir que es usted una persona espiritual.
-          -Mucho. Murió por nosotros, eso quiere decir que soy importante.
-          -Tiene usted que arreglarse más.
-          -Poco a poco.
-          -Primero tiene que desenmarañar todo eso que le da ansiedad.
-          -(Se ríe) Sí que es una maraña, sí.
-          -Es verdad, ¿sabe hacerlo?
-          -Pero me engaño a mí misma. A veces quiero pararme a rezar pero pienso: “No, es importante que -vea la televisión, tengo que saber a quién votar… y al final pierdo dos horas lo menos.
-         - Es verdad que hay que saber cómo está el mundo….
-          -Pero no.
-          -Ya.
-          -Luego no rezo. Otra excusa que me pongo es que Él lo sabe todo, ¿qué le voy a contar?
-          -Ya le he dicho que me encanta hablar.
-          -¡Qué graciosa!
-          -Lo que tiene usted que hacer es escribir.
-          -¿Escribir?
-          -Claro, es la única forma.
-          -Sí que es verdad, yo antes escribía. Ahora no me gusta ver mi letra.
-          -Qué estúpido.
-          -Sí… es verdad, cuando escribes te sientes mejor.
-          -Es la única forma.
     Parón para que María Encarna mirase a Crisantemo.
-          -Te estoy entreteniendo mucho, lo siento y gracias
-         - ¡Me encanta hablar, señora!
-         - Mira que dientes más bonitos tienes.
-          -Gracias.
-          -Vete, anda.
-          -Espero volver a verla algún día y que me diga que escribe consuetudinariamente (qué va, esa palabra no la usó Crisantemo, pero algo parecido).
-          -Qué graciosa.
-          -Me alegra hacerla reír. Oiga, y le brillan los ojos, ¿eh?
-          -Llevo varias operaciones.
-          -Independientemente de eso.
-          -Oye, ¿cómo te llamas?
-          -Crisantemo.
-          -Un nombre muy bonito. Yo soy María Encarna.
-          -Adiós María Encarna, al final sí que voy a llegar tarde.
-          -Adiós. ¡Escribiré!