Crisantemo empezó a intuir el porqué de su nombre en el
cementerio. Eustaquio y Pequeño iban a ir a quitar las flores de su padre
(porque ya había pasado un tiempo desde el día de todos los santos) y dijo
ella: me voy con vosotros. Al
principio no le apetecía porque estaba leyendo Cinco horas con Mario pero el propio libro acabó por convencerla.
Eustaquio arrancó el plástico del paquete de tabaco con los
dientes (porque es así de desesperado) y se enchufó un cigarrillo, probablemente
porque le daban ganas de llorar los muertos. O por que le apetecía, no todo es
tan explicable y literario. El caso es que le entró huevo igual cuando vio a
Crisantemo besarse las yemas de los dedos y dejarlas reposar en la cara de don
Dandi (así se llamaba el Muerto).
Había bastante familia alrededor de él. Un matrimonio de
ancianos adorables que una vez poseyeron una bodega (anteriormente habían
pasado hambre) conservaba decentemente un clavel que Crisantemo pidió
conservar. Le dijo Pequeño: lávalo en la
fuente, que olerá a muerto. Y eso hizo, aunque fue una estupidez porque hay
en el cementerio una especie de batalla o relación sexual entre el olor a
muerto y a flores que acaba por dejarlo todo en una armonía difícil de
desintonizar con una estúpida fuente.
Crisantemo pensó que no se estaba tan mal ahí. “Cuando me muera quiero salir bien en la
foto, eso sí. Preferiblemente con trenzas y de perfil, que se muestre mi lado
más refinado. Y que me traiga flores alguna señora de campo, preferiblemente
hierbajos de la estepa Mediterránea o claveles levantinos.”
El guardián del cementerio es un gato negro que se tumba
obscenamente a dar mal rollo. Es muy divertido cómo la maraña de transeúntes que
por esos lares circula deja una especie de óvalo de respeto alrededor suyo que hace
que el felino se crezca. A veces, imperioso, se pasea a experimentar con el
óvalo o bien a amar a aquellos que ven más allá de la imagen que se está
retratando.
Al gato le pareció interesante que Crisantemo escogiese un
clavel. Probablemente pensara: los
claveles son una flor que queda muy bien en el Levante español, porque la
mirada que compartió con la chica fue de extrema complicidad.
Don Dandi se sonrió un poco, seguro, porque fue gracioso cómo
sus dos hijos bromeaban sobre dónde iban a ser enterrados:
-Tenemos
reservada la 58.
-¿Me lo estás diciendo de verdad?
-Que va, a mí que me incineren.
-¿Te imaginas que nos entierran aquí?
-Tendremos wi fi seguro. Nos traemos la Tablet y todas esas cosillas de Apple Store, ¿no?
-Pues tú veras.
Se rieron.
-Joder, qué
cerca está la muerte.
Crisantemo pensó que, en realidad, la muerte y la vida son
polos opuestos. Eso quiere decir que acaban siendo lo mismo. ¿Qué pasa cuando
pones una cordonera en forma de círculo (porque está clarísimo que todo es un
círculo)? Que se juntan los extremos y hay ahí una gran verdad. Por eso el
cementerio exhala ese aliento a verdad y a mal rollo (porque la verdad asusta).
Por eso las flores huelen a muerto y los muertos están en silencio. Por eso el
gato hace lo que le da la gana y solo las viudas que han sido pobres acuden
diariamente. Es recomendable conversar con la vida del cementerio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario